sábado, 31 de marzo de 2018

Mejores poemas y biografía de José de Espronceda.

Descubre la obra y la vida del poeta romántico.

Biografía:

José de Espronceda fue uno de los principales poetas del romanticismo español. Nace el 25 de marzo de 1808 el Badajoz, hijo del sargento mayor de la caballería de Borbón Camilo de Espronceda y María del Carmen Delgado.

Entre 1821 y 1824 comienza sus estudios, y en esta época también empiezan sus andaduras en el plano político. En 1823 se une a Los Numantinos, una organización secreta por la libertad. Solo dos años más tarde, con solo 17 años, se haría su presidente. Ese mismo año es desterrado por declaraciones hechas por miembros del grupo, aunque el destierro se limita a una estancia de tres meses en un convento. Durante un par de años se apartará de la política y se centrará en la poesía (tal vez aprendió la lección).

En 1827 se va por voluntad propia y en busca de aventuras a Portugal (aunque tampoco es que el viaje de Badajoz a Lisboa sea una travesía exótica y peligrosa). Es allí dónde se cree que conoció a su esposa, Teresa, con la que tendría una hija.

Marcha entonces a Londres, donde su estilo se desarrolla, influenciado por autores como Lord Byron, y se vuelve más personal.

Viaja después a París, donde participa en la Revolución de 1830. En su etapa parisina escribe los poemas por los cuales se le consideraría un romántico.

La política sigue siendo una importante ocupación, tanto que su esposa lo abandona en 1836 por dedicarle tanto tiempo, sospechando que puede estar siéndole infiel.

En los años siguientes se presenta a cargos públicos, mientras sigue participando en actos a favor de la República y el liberalismo. También continúa publicando obras literarias.

En la etapa final de su vida, Espronceda se convierte en Diputado a Cortes por la provincia de Almería. Solo dos meses después muere inesperadamente, con apenas 34 años de edad.

Canción del pirata.

Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín



llamado por su bravura 'El temido',

en todo mar conocido
del uno al otro confín.



La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul.



y va el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:



''Navega, velero mío,

sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor



''Veinte presas 

hemos hecho
a despecho 
del inglés.



''y han rendido 

sus pendones
cien naciones
a mis pies.



''Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.



''Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes
por un palmo más de tierra
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.



''Y no hay playa,

sea cualquiera,
ni bandera 
de esplendor,



''que no sienta

mi derecho
y dé pecho
a mi valor.



''Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.



''A la voz de ¡barco viene!

es de ver
como vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

''En mis presas
yo divido
lo cogido
por igual:

''solo quiero
por riqueza
la belleza
sin igual

''Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

''¡Sentenciado estoy a muerte!;
yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.

''Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la dí.

''cuando el yugo
de un esclavo
como un bravo
sacudí.

''Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

''Son mi música mejor
aquilones
el estrépito y el temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

''y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,

''yo me duermo
sosegado
arrullado
 por el mar.

''Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

canción-del-pirata-el-temido


Canción de la muerte.

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término sin pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo,
para siempre viva en paz.

Isla yo soy del reposo

en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
así se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce

que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara al padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa

de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina y sin dolor,
y amante doy cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría
más eterno es mi amor.

En mi la ciencia enmudece,

en mi concluye la duda
y, árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza

entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre

que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias
y son mentiras sus glorias
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa

tus ojos al blanco sueño,
y empape sueño beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto,
y tus dolientes gemidos
apagando los latidos
de tu herido corazón.


muerte-poema-cruz-espronceda


A la muerte de Torrijos y sus compañeros.

Helos allí, junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay!, los que fueron
honra del libre, y con la muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía

sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto

lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

y los viles tiranos, con espanto,

siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.


fusilamiento-espronceda


miércoles, 28 de marzo de 2018

Mi poema 'Biografía de una gota de lluvia', léelo ahora.

Hoy os he escrito este poema, Biografía de una gota de lluvia. Disfruta leyendo sobre la vida de un mililitro de agua desde su irresistible punto de vista.

Biografía de una gota de lluvia, porque hay cosas que solo pueden expresar los seres inertes, porque hay veces que los seres inertes necesitan que les prestemos la palabra para expresar cosas.

Biografía de una gota de agua.


Habré de  contarte
cómo en el cielo nací,
y cómo de él me fui
para espacio a tu sonrisa dejarle.

Habrás de saber

que me convertí en marinero errante
fui agua navegando en el aire
y en el aire tu perfume encontré.

Habré de decirte

que a mis pies un arquero
alzaba su arma de colorines.
Sí, habré de decirte

Cómo de azul era el cielo,

y de verdes tus ojos

Y también contarte quiero

que en tu rostro me poso
y yo, pequeña gota de lluvia, 
ante ti me sonrojo.

Darío Bejarano Paredes (Atoman), que soy yo.


gota-de-lluvia-poema-dario

lunes, 19 de marzo de 2018

El genial comienzo de 'El amor en los tiempos del cólera'. El olor de las almendras amargas.

''Era inevitable:

el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados''.


almendras-amargas-olor-amor-tiempos-cólera-garcía-márquez

''El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia para ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro''.

En efecto, las almendras amargas contienen cianuro. Es decir, Gabriel García Márquez compara 'los amores contrariados' con un veneno letal. Y es que, en 'El amor en los tiempos del cólera' se suceden, durante los más de sesenta años que abarca el libro, encontramos muchos amores de este tipo, encadenados, unos detrás de otros, todos girando alrededor de la relación entre Fermina Daza y Florentino Ariza, que no llega a culminar durante más de medio siglo.

Se trata de una de las grandes obras de la literatura del siglo XX, como casi todas las que salieron de la pluma del escritor colombiano.



jueves, 15 de marzo de 2018

El Circo de las Máscaras, cuento sobre la lucidez, la locura y la soledad.

El Circo de las Máscaras. La soledad de los despojos de la sociedad.

Hoy os he escrito este cuento. Espero que os guste.

EL CIRCO DE LAS MÁSCARAS

Esta no es la historia de un servidor, ¡no!. Esta no es la historia de tres mendigos, cuatro borrachos, dos locos y un perdedor adicto, ¡no!. Esta no es una historia, ¡no!.

¡Damas y caballeros!; ¡niños y niñas!; ancianos, jóvenes, adultos... déjenme presentarles a los nueve payasos venecianos y al misterioso domador azul. Déjenme presentarles... un espectáculo. Bienvenidos al Circo de las Máscaras.

Comienza como siempre la función por el primer acto, primera escena.

Les costará entender, queridos espectadores, que no hace más de dos meses el domador azul era poco más que aquel que, tras el décimo desengaño amoroso de la temporada, caminaba danzando etílico y decadente, siendo su único escenario los callejones malolientes de la ciudad. Ella se había llamado Elena, pero no recuerdo cuantas copas ya de un licor con no recuerdo ya cuantos grados habían borrado su nombre ya de la memoria del que pronto sería domador azul. También había perdido su trabajo, por motivos que el alcohol se había llevado también, y que casi seguro estarían relacionados con sus borracheras, siempre originadas por las penas del corazón. Así que él navegaba feliz, y triste, y dormido y despierto por un mar de losetas y asfalto que nuestro personaje apenas sí distinguía todavía. 

Cambia, sin embargo, la escena, y se encuentra ahora nuestra gran estrella de bruces contra una gran carpa, rasgada, sucia, fea, horrorosa, monstruosa y cuántos otros atroces adjetivos se crucen por sus mentes hoy, aquí y ahora, y sepan después que hoy, aquí y ahora se encuentran dentro de la carpa para la que tan feas palabras buscan. Se apagaron las luces en el escenario mientras mil ideas fugaces llegaron a su mente, y esa iluminación intelectual de pronto ilumina también la escena. Y veamos que se nos muestra ahora... ¡creo ver ya el segundo acto!


Y es que mientras las luces vuelven a aparecer, cegando la vista, nos ensordecen también ruidos de martillazos, ruedos, pasos y sueños burbujeantes (¡que ajetreo, madre mía!) todos producidos por el mismo ser trabajando incesantemente durante horas y horas. ¿Pero qué está intentando? Hace ya dos meses, sepan señores, el domador empezó a restaurar aquella carpa abandonada, y en menos de tres días y tres noches, pues es bien sabido que esa gente está acostumbrada a no dormir en días, no a fuerza de café, sino de copas. 

Pronto llega ya la segunda escena del segundo acto, y es que es hora de explicar por qué se quiso embarcar nuestro borracho galán en tamaña epopeya que hoy les narramos. 

Pues es cierto que fue el alcohol lo que hizo al domador perder su digno trabajo y lo poco que aún le relacionaba con la sociedad. Pero más allá, él sabía que las borracheras eran traídas por los malos tragos del amor, y creía que era en realidad ese amor el culpable de todo, que era ese amor por lo que lo habían echado de lo último que tenía de digno. Y por eso decidió que el amor y lo digno no se llevaban bien, pero él los reconciliaría. Supo que los reconciliaría cuando adivinó en la oscuridad aquella carpa. ¡Sí, damas y caballeros! ¡Crearía un espectáculo único en el mundo, sí, y haría que vagabundos, vividores y maleantes fuesen adorados por aquella sociedad que tanto los repudiaba! ¡Sí, lo haría! Y sus desgastados, demacrados y descuidados rostros se esconderían tras las más caras máscaras que pudo pagar, sí, hasta que, justo cincuenta días después del primer espectáculo y su increíble fama extendida por la ciudad, mostrarían sus caras y sus ropajes sucios bajo sus elegantes atuendos, asombrando a aquellos que él llamaba hipócritas y que, me temo, son ustedes, respetable público.

La primera noche de representación, carteles repartidos por la ciudad y todo muro en la villa tapizado con anuncios de 'un circo único que hará historia durante solo unas semanas antes de marchar para siempre', había llegado.

El estreno fue el mayor éxito que recordaran ustedes, queridos espectadores. ¡En las tres horas que duró el espectáculo el número de cabezas en la grada no pude contar! ¡Saltos, acrobacias, bromas como nunca han sido vistas! '¡Bravo!' '¡Viva!' '¡Repítanlo, venga, solo otra vez más!' ¡Les aclamaban, les adoraban!

Y una pena señores, pues aunque a cada noche actuaron mejor los payasos, acróbatas y bailarines, más huecos empezaron a aparecer en la grada cada noche, cada viernes de cada semana, sin atender a motivo ni razón. Y una pena, pues el domador, sintiendo que si la decadencia continuaba el circo perdería la dignidad que se había ganado, adelantó la revelación de sus identidades al día en que ni siquiera pudieran llenar la mitad de la grada. 

La noche no tardó mucho en llegar. Saquen pues, honorable público, los pañuelos. Este espectáculo se convierte en drama.

Aquella velada, tal vez gracias a lo emocionados que se sentían nuestros actores por lo emocionante que se presentaba el final de la actuación, fue en la que el espectáculo resultó más grandioso, magnífico, supremo y brillante que nunca, y el clamor del público, a pesar del mermado número de asistentes, fue grandioso cuando la función había acabado. Eso sí, las máscaras todavía seguían puestas, colocadas y ajustadas.

Los aplausos que, minutos después, seguían sonando todavía con una intensidad única, fueron  de pronto sucedidos por suspiros de asombro, podría decirse casi desolación, cuando las túnicas de seda volaron por el aire con las máscaras y mostraron a diez seres harapientos, sucios, y de pronto malolientes, mirándoles desde lo alto del escenario. 

'Queridos espectadores, por favor, sigan aplaudiendo, somos los mismos actores de antes, aunque sus prejuicios se lo impidan ver', decía el domador azul, alegre por fuera, pero he de decirles que preocupado por dentro porque aquellas docenas de ojos atónitos tenían un brillo de odio que nunca esperó tan doloroso. 'Venga, aplaudan o tendré una muy, muy mala impresión de ustedes. Aplaudid', decía, todavía sonriente.

Y si entonces nadie pensó en hacerle caso, menos aún después de lo que estaba a punto de ocurrir. 

¿Quién iba a imaginar que entre ese reducido público estaba aquel ridículo agente? Yo, presentador del gran Circo de las Máscaras, el segundo de más importancia tras el gran domador azul, no siempre fui este caballero refinado. Aquel día, el policía del que tantas veces había huido por los callejones sucios estaba allí para vernos, y me reconoció. Querido público, ¿se lo pueden creer? Esa noche en concreto estaba allí. Cuando corría hacia mí mientras sacaba la pistola de la funda, supe que solo me quedaba una opción.

He de decirles antes de continuar que pasamos al tercer y último acto.

Y el tercer acto comienza con cómo salí corriendo, lanzándome entre las telas de la carpa, rodando por el barro, levantándome de nuevo alarmado  por los alaridos de la pistola, '¡bang, bang!' escondiéndome, huyendo como siempre habré de hacer si se trata de ese condenado policía. Solo miré hacia atrás antes de  hundirme en la multitud de la boca de metro más cercana, y ese fue el espectáculo más dramático de cuántos viví en mi vida de circense.

El brillo de un fuego veloz, apenas un grito ahogado, una mancha lejana ensombrecida por la inmediatez de la muerte, el domador azul cayendo muerto mientras forcejaba con aquel policía.

Y en un gesto entre reflejo y voluntario habré de contarles que caí entre las gentes que se zambullían en el metro y me dejé arrastrar hasta un tren, y cuando recuperé algo de mi capacidad de razonamiento estaba  en algún lugar a las afueras, y la figura recortada entre los edificios de la estación de tren me animó a alejarme de aquella ciudad tan cruel.

Y de tren en tren acabé en esta villa perdida en mitad del campo donde jamás venía ningún circo que pudiese recordarme algo, y dónde creí por un tiempo encontrar la felicidad. Me pasaba el día hablando con los niños de las calles de aquel pueblo, enseñándoles lo poco que sabía sobre el mundo, sobre la vida, sobre cualquier cosa. Hasta que la traidora curiosidad de los niños hizo su aparición como una letal puñalada por la espalda. No público, los niños no son de fiar.

Era una joven niña, de ojos verdes, pelo oscuro y piel morena, pecas sutiles y apenas siete años de ignorancia. La pequeña era solitaria, diríase algo triste, y mantenía un silencio que le daba un aire sepulcral. Un día me di cuenta de que jugaba con un peluche, un pequeño peluche de un payaso. Me acercaba a ella cuando me señalo con su dedo índice y dijo sin siquiera mirarme.

- Este era tu amigo. Era el jefe del circo de las máscaras, que vestía de azul - y entonces rió y siguió jugando a ser la madre del domador azul.

¿También se preguntan ustedes como pudo ella... ? ¿Quién recordaba a aquel gran genio, muerto hacía años con su gran circo de borrachos? ¿Y quién podría reconocer a uno de los integrantes del circo aun cuando se ocultaban siempre tras máscaras (a excepción claro, de unos cinco segundos la última noche)? Por supuesto, un niño. No público, los niños no son de fiar.

Este fue el comienzo de mi declive final, y de cómo acabé otra vez en este escenario que piso tras haber tratado de olvidar todo esto que hoy me ven haciendo otra vez. Es hora de explicárselo todo, público, es hora del gran final de esta función.

Porque en cuanto la niña mencionó al 'jefe que vestía de azul' no pude evitar imaginar que aquel muñeco crecía y se hacía de carne y hueso... y aquella fantasía parecía casi real, tanto que para apartarla tuve que mirar hacia otro lado.

Esa misma noche, en sueños, me encontré al payaso de rojo y al de amarillo. La noche siguiente, al trapecista. Y así hasta que un día me desperté y hasta que no parpadeé varias veces creí estar vestido  de nuevo con mi atuendo circense. ¡Y, ay, público mío: mi delirio iba a peor! Al día siguiente me encontré hablándole a mis vecinos como si fueran el público... ¡Al siguiente tenía que reprimir los impulsos de subirme a las mesas para presentar un espectáculo imaginario, señoras y señores! 

Pronto tuve que valerme de alcohol para alejar el pasado, y no hacía más que volver a retomar mis antiguas costumbres... A pesar de todo, sin embargo, conseguí evitar que mi locura fuera a más, pero tampoco pude hacerla desaparecer. Los sueños nostálgicos cada vez me recordaban más a pesadillas, los payasos me perseguían, el domador azul buscaba venganza... -déjenme detenerme un momento, he de recobrar el aliento... 

Así permanecí varios meses, entre la lucidez y la locura, entre el pasado que me perseguía y el presente. Pero en realidad, les confieso, público mío, yo sabía que este último estaba perdido en aquella batalla. Los niños ya huían de mí porque me había vuelto raro para ellos, las gentes del pueblo no se acercaban jamás a un borracho como yo, de nuevo, espectadores, estaba en el punto de partida, y sobre todo más solo. Porque estaba medio cuerdo, medio loco, porque producía asco en los lúcidos y tampoco había caído en la realidad paralela de los que perdieron totalmente la razón. Mi mente no podía volver a sanarse ya, así que por acabar con mi tortura decidí dejarme caer en el segundo grupo. Porque no quería estar a solas con la soledad. Porque con ella es matar o morir, público. O acabas con la soledad, o te ahorcará cuando nadie mire.

Recuerden esa lección.

Y así, cuando las visiones del domador me saludaban por las calles, yo no intentaba borrarlas de mis ojos, sino que me acercaba a aquella figura onírica y empezaba a hablar con ella. Mis sueños no cambiaron, pero me parecieron mucho más dulces. A la semana, el domador y yo íbamos ya todos los días a tomar un café juntos, yo le pedía siempre perdón por haber huido aquel día y él me recordaba que hacía mucho que me había perdonado. Pronto, acordé con él y con el trapecista de mis sueños volver a crear el circo de las máscaras. Cada viernes como hoy, a las diez de la noche, como hoy, miles de personas como vosotros, mi público, acuden a nuestro exitoso circo para contemplar el mayor espectáculo que haya visto la humanidad. Pero he de dejar de hablar porque veo ya bajar el telón. Mi última palabra antes de vuestros aplausos por tanto será:


FIN

cuento-payasos-locura





Tal vez te interese...

'Mariposas oxidadas': mi poemario sobre la adolescencia, el amor y la más íntima rebeldía

Mariposas oxidadas: nuestra mirada honesta sobre la juventud o el amor, atacados desde sus propias vísceras. Mariposas oxidadas es el nuevo...

Seguidores

About