Hoy, os escribo este poema sobre una gaviota que una vez amó una pescadora, y las consecuencias de un amor inconfesable.
Romance costero
Planeando con soltura,
que un faro a más altura,
cayó una cometa, cual gaviota
tal vez gaviota cual cometa,
que estable y parsimoniosa,
graciosa en el atardecer se acuesta.
Rojo el cielo, rojo el agua,
rojas las mejillas de Laura,
y ese pico rojo que tras las olas,
aunque algo tímido se muestra.
Latiente y nervioso,
de la gaviota el corazón rojo
siguiendo no sé qué antojo,
se fue en la barca a montar.
¡Pobre gaviota enamorada,
su celestina, la mar salada!
Levaba anclas...
¡no niña, no las leves
hoy que te arrepentirás con creces!
Sacaba Laura las redes.
Ya solitos con el agua.
Se tambaleaba la gaviota,
le marea el golpear de su alma
¡Tan cerca y tan lejos,
su corazoncito y el de Laura!
Pensaba
entonces, soñaba
hacer boca de su pico
perder plumas por dedillos
tener brazos por alas,
cuando de pronto vio un brillo metálico
de letal mercurio salado,
plata hecha de agua,
entrando al fondo de la barca.
Empezó a graznar el pajarito,
avisándola, pobrecito,
maldiciendo al mar por no enseñarle el idioma
del ser humano a la gaviota.
Tanto le dolió que su pico
no pudiese entonces trazar palabra
que se dibujó dos humanas lágrimas
y por ser humanas se sintió rico.
Y reía tan alegre cual persona
por cual persona haber podido llorar
que le llegó el agua a cubrir
y olvidó para huir volar.
Y si en tiempos venideros
encuentran buceando con esmero
un arrecife con forma
de dos tristes personas;
sepan entonces, una fue gaviota,
y la otra esta narradora esculpida en roca.
Yo, Darío Bejarano Paredes, Atoman.
Romance costero
Planeando con soltura,
que un faro a más altura,
cayó una cometa, cual gaviota
tal vez gaviota cual cometa,
que estable y parsimoniosa,
graciosa en el atardecer se acuesta.
Rojo el cielo, rojo el agua,
rojas las mejillas de Laura,
y ese pico rojo que tras las olas,
aunque algo tímido se muestra.
Latiente y nervioso,
de la gaviota el corazón rojo
siguiendo no sé qué antojo,
se fue en la barca a montar.
¡Pobre gaviota enamorada,
su celestina, la mar salada!
Levaba anclas...
¡no niña, no las leves
hoy que te arrepentirás con creces!
Sacaba Laura las redes.
Ya solitos con el agua.
Se tambaleaba la gaviota,
le marea el golpear de su alma
¡Tan cerca y tan lejos,
su corazoncito y el de Laura!
Pensaba
entonces, soñaba
hacer boca de su pico
perder plumas por dedillos
tener brazos por alas,
cuando de pronto vio un brillo metálico
de letal mercurio salado,
plata hecha de agua,
entrando al fondo de la barca.
Empezó a graznar el pajarito,
avisándola, pobrecito,
maldiciendo al mar por no enseñarle el idioma
del ser humano a la gaviota.
Tanto le dolió que su pico
no pudiese entonces trazar palabra
que se dibujó dos humanas lágrimas
y por ser humanas se sintió rico.
Y reía tan alegre cual persona
por cual persona haber podido llorar
que le llegó el agua a cubrir
y olvidó para huir volar.
Y si en tiempos venideros
encuentran buceando con esmero
un arrecife con forma
de dos tristes personas;
sepan entonces, una fue gaviota,
y la otra esta narradora esculpida en roca.
Yo, Darío Bejarano Paredes, Atoman.