Análisis poético de la Elegía a Ramón Sijé y la historia tras la poesía.
Explicación verso por verso del poema y la relación entre Hernández y Ramón Sijé.
Antes de comenzar, aclaré lo que es una elegía. Una elegía viene a ser, para quien no lo sepa, un poema que se escribe llorando que alguien la ha palmado, o que debemos despedirnos de él y, en general, por la pérdida de casi cualquier cosa que sea muy importante.
Esta en concreto pertenece a las del primer tipo, y está formada por tercetos encadenados, a excepción de la última estrofa, que es un serventesio.
¿De qué conocía Miguel Hernández a Ramón Sijé?
Ramón Sijé y Miguel Hernández se conocieron en Orihuela, su pueblo natal, cuando eran jóvenes. En los comienzos del segundo como poeta, Sijé le echó una mano, y sin esa ayuda tal vez no habría sido lo mismo del famoso autor. Ramón publicó varios poemas de su colega en su propia revista, y escribió un prólogo y buscó un editor para su libro 'Perito en lunas'.
Sin embargo, la amistad se acabó cuando el poeta conoció a Pablo Neruda, que le dijo que relacionarse con Sijé era malo para su trayectoria. Miguel le hizo caso y mandó a su amigo a tomar fanta.
Cuando Ramón murió debido a una septicemia que le arrebató la vida con solo 22 años, la culpa hizo que Hernández intentara compensar su error con esta bella elegía.
Elegía a Ramón Sijé.
(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería).
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
A las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos;
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a los asuntos.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de rayos, piedras y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con mis dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
con dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández.
Análisis poético.
Este poema es un canto muy triste a la amistad, una expresión muy poética del dolor de la pérdida. Por si a ratos entenderlo bien os ha costado un pelín, yo os lo explico con detalle:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
A las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
En estos primeros versos podemos ver que Miguel Hernández, bastante tristón por la muerte de su amigo, llora que este no sea ya sino tierra que alimenta a caracoles, diciendo que quiere ser el hortelano que se encargue de cuidar y labrar esa misma tierra donde está enterrado, para plantar sobre él amapolas.
Además, expresa metafóricamente que el dolor es tan grande que rebosa su cuerpo, y ocupa hasta su aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
Aquí el poeta menciona la rapidez y la injusticia con que la vida le ha sido arrebatada de pronto a su colega, como si le hubiesen dado a Sijé un golpe rápido, repentino y letal que no debía haber recibido.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos;
y siento más tu muerte que mi vida.
De nuevo se recurre a la hipérbole para hablar sobre el gran dolor que siente, un dolor infinito y que es lo único que llena ahora la mente de escritor, por encima de su propia vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a los asuntos.
Según nos dice en esta estrofa, nuestro apenadito y pobre poeta se dedica a vagar pensando solo en los muertos, solo, encerrado en sus pensamientos, su culpa y su dolor.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de rayos, piedras y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Miguel Hernández lanza una regañina en toda regla a la muerte y a la vida, a la primera por 'enamorarse' de su amigo y llevárselo, y a la vida por no impedirlo. Es una furia irracional, desesperada y visceral.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte,
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Aquí el poeta pierde aparentemente un poco la cabeza, y empieza a hablar, como se puede leer, de desenterrar a Ramón Sijé y devolverlo a la vida como si de Frankenstein se tratase.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alta colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
En estos nueve versos habla de sus deseos de que Sijé recupere la vida que tenía: las flores, el campo, su novia... (Todavía sigue un poco ido, la verdad).
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de mariposas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Finalmente, en estas dos tiernas y bellísimas estrofas, vuelve a recuperar la cordura y se conforma con acordarse de él al pasear por los campos de almendros, imaginando conversar con él, recordándolo.