Un microrrelato sobre los límites de la mente del ser humano, y las fuezas invisibles que controlan nuestras mentes sin que podamos hacer nada.
Amancio Volga se encuentra encerrado en una estación. Hay una manera de salir, pero él sigue allí durante años y años. ¿Por qué?
Espero que disfrutéis leyendo este microrrelato tanto como yo disfruté al escribirlo. No os olvidéis de seguirme en el blog y leer todas mis entradas!El tren.
Los pistones comenzaban a empujar las
ruedas. Un silbido cortaba el silencio. El humo bailaba con el aire una vez más
mientras otro tren dejaba la estación. Todos habían marchado hacía ya años,
menos él, que dejaba que de nuevo aquel tren marchase sin pasajeros.
Y es que cuando los hombres
mueren no van al cielo, sino a aquella estación gigantesca cuya única salida
estaba en coger uno de esos ferrocarriles. Allí dentro había todo aquello que
uno podría necesitar jamás, desde comida de cualquier tipo a entretenimiento
variado, de lujosos restaurantes donde la comida se servía y cocinaba por arte
de magia, hasta cines donde los últimos éxitos de la gran pantalla se
proyectaban solos sin que ningún proyeccionista hiciese nada, y una enorme
biblioteca donde uno podía encontrar cualquier libro que se le viniese a la
mente.
Cuando Amancio Volga llegó allí, miles de personas
transitaban los pasillos de la estación. Pero hoy ya todos habían cogido alguno
de esos trenes. ¿Qué por qué? Porque ni en aquellos cines, ni en aquellos
restaurantes, ni en aquellos grandes y suntuosos pasillos que se proyectaban
hacia el casi infinito espacio de la estación se conseguía la más primordial
necesidad del ser humano: la libertad.
Y si Amancio seguía allí, no era porque allí fuese feliz,
por mucho que él intentase convencerse a sí mismo de que sí lo era. Pero no, lo
que lo retenía allí era el Miedo. El Miedo a embarcar en ese tren sin ni
siquiera conductor, sin ni siquiera tal vez destino, sin ni siquiera alguna
explicación.
Porque el verdadero miedo solo es vencido por una cosa.
Cuando Amancio Volga se miró al espejo y no se reconoció
a sí mismo, comenzó a tener que empezar a hacerse preguntas, solo porque estaba
olvidando las respuestas. Olvidó si de verdad había habido algo antes de llegar
allí. Olvidó si alguien alguna vez le había dado un nombre. Olvidó incluso si
de verdad había alguien más ahí fuera. Olvidó, olvidó, olvidó… Y cuando no
recordaba nada más allá de su último día de estancia en la estación, empezó a
creerse que aquel día era toda su existencia, y de tanto creerlo dejó de
parecer un anciano, y cada vez pareció más joven.
Y su ignorancia crecía día por día, y su edad disminuía
día por día. Y el único motivo era la fuerza que tiene el tiempo para borrarlo
todo del recuerdo. Y cuando ya no queda nada en el recuerdo, pasa a cebarse con
un cuerpo que tampoco recuerda nada, y cuya única guía es la ya malograda mente
que lo intenta guiar sin conocer ni su propio rumbo.
Solo cuando no podía hacer nada más que gatear, Amancio
Volga se coló dentro de un vagón por mera curiosidad, porque había olvidado qué
era aquello, y partió, riendo por haber alcanzado la libertad.
FIN
Darío Bejarano Paredes (Atoman).
Por favor Atoman, escribe un artículo tan interesante como este sobre San Vakentín. Gracias.
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ResponderEliminarEsa libertad conseguida por Amancio prefiero no lograr hasta
que pasen cien años mas.
Tal vez tengas razón, tal vez no sea razonable coger el tren. Pero hay cosas que van más allá de la razón, por desgracia o por ventura.
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