viernes, 31 de agosto de 2018

Por qué leer la novela La piel del tambor, de Arturo Pérez Reverte.

Resumen y reseña del libro 'La Piel del Tambor'.

Los motivos para leer este libro de Arturo Pérez-Reverte.

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 Resumen del argumento:

Todo comienza cuando alguien consigue inflitrar un mensaje en el ordenador del mismísimo Papa. El texto alerta de una iglesia en Sevilla que al parecer, se carga a gente en defensa propia. Para investigar, envían al cura Lorenzo Quart, que descubre la situación de un templo a punto de derrumbarse que muchos luchan por derribar, y unos pocos por defender. Un tosco párroco y sus feligreses luchan contra un poderoso banquero plagado de ambición y el mismo arzobispo, entre otros individuos... Un periplo que llevará al cura a través de historias cubiertas en polvo y vidas y muertes que dependen del destino de la ruidosa iglesia. Entre estas vidas está, por supuesto, la de Mercedes...

He aquí un pequeño resumen evitando hacer más spoiler del justamente necesario de una de mis últimas lecturas. Sinceramente, sorprende y sobre todo, engancha al lector a través de los capítulos, llevándolo en un recorrido plagado de misterios, sorpresas, secretos e historias.

Una novela donde Arturo Pérez-Reverte demuestra su habilidad a la hora de crear personajes diferentes, interesantes y muy creíbles, describiéndolos con mucho talento y gusto.

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Biografía del autor.

Pérez-Reverte es uno de los autores españoles más notables de los últimos treinta años. Nacido en 1951 en Cartagena. Hasta 1994 trabajó como periodista para RTVE, ejerciendo como reportero en decenas de conflictos armados, aunque el que lo marcó más fue la Guerra de Eritrea en 1977. Allí desapareció durante meses, y cuenta que tuvo que defenderse por medio de las armas.En 1994 presentó una carta de dimisión en la qeu dijo, literalmente 'que os den morcilla' a dos de sus jefes. Los motivos de su dimisión -politización de la televisión y falta de medios- los explicaría en su libro Territorio Comanche. Cuando dejó el periodismo empezó a dedicarse por completo a escribir, llegando su fama con sus novelas El club Dumas y La tabla de Flandes. Muchas de sus novelas, como la serie del Capitán Alatriste, han sido adaptadas al cine. Es el caso de La piel del tambor, que inspiró la serie de Antena 3 Quart.


¡Esto ha sido todo por hoy! Espero que os haya gustado. Nos vemos en el próximo post. Hasta entonces, ¡seguid leyendo!

domingo, 26 de agosto de 2018

Dos lipogramas míos usando solo la 'a' o la 'e'

Textos escritos usando solo una vocal.

Dos microrrelatos usando solo la 'a' y solo la 'e', respectivamente.

Como vimos hace unas semanas, un lipograma es un texto que evita usar una o más letras, en este caso he decidido ir a por todas y eliminar cuatro de las cinco vocales. En el primero solo utilizo la 'e', y en el segundo solo la 'a'. Estas dos letras son las más comunes en el español, y menos mal, pues no me imagino cómo hubiese sido escribir más de una frase solo con la vocal 'i' o la 'u'. Dicho esto, es hora de que los leáis!!!

Lipograma escrito usando una sola vocal: la e.


El este de la 'e'.

El Este es el Edén del presente.
 El Este es el ser de éter, el ente demente.
 El Este crece, el Este decrece, el Este es perenne de vez en vez.
 El Este es germen de gentes endebles de tez de pez.
 En el Este se teme el estrés.
 El Este es bebé de tres meses.
En el Este se es de tener enseres.
¡En el Este se es gente de gentes!

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Lipograma escrito usando solo una vocal: la a.


Anás, Ana.

Al apagar la alarma acaba la mañana para Ana. Marchará a andar hasta allá, a trabajar. Ganará la paga al labrar, arar, atar. Parará al alba, cansada. A casa. La astral, clara calma la hará amar la cama. Ana ama a Anás, chaval allá a la mar. Anás más la amara. Ana, Anás... trabajan hasta altas andadas a la mañana, ara Ana, al agua Anás... para amar a la par mañana.

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¿Y vosotros? ¿Os animáis a escribir algún lipograma? Para inspiraros, tal vez os vengan bien algunos ejemplos conocidos.

Si os han gustado los míos, comentad, ved más de mis entradas y seguidme haciendo click en el botón de la columna de la derecha donde pone seguir, o en el menú si accedéis desde móvil. Nos vemos!!!

miércoles, 22 de agosto de 2018

La biografía de Charles Dickens y su dura infancia.

El escritor inglés Charles Dickens fue obligado a trabajar en una fábrica de niño.

Esta niñez dura marcó la obra del mejor escritor inglés del siglo XIX, principalmente el libro David Copperfield.

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Charles Dickens fue obligado a trabajar en una fábrica cuando era un niño.

Fecha y lugar de nacimiento y fallecimiento.

Charles Dickens nació en 1812 en Portsmouth, Inglaterra, y  murió en 1870, a la edad de 58 años, en Gads Hill Place, a las afueras de Londres. 

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Charles Dickens, uno de los mejores autores ingleses de todos los tiempos.


Infancia y su influencia en la obra David Copperfield.

Aunque se cree que sus primeros años fueron felices, el ingreso en prisión  de su padre debido a deudas cambió su vida radicalmente. Él acabó en una casa de acogida pues, como permitía la ley de la época, la mayoría de sus parientes se habían mudado a acompañar a su padre en la cárcel.

A los doce años lo empezaron a hacer trabajar diez horas diarias  en una fábrica de zapatos, pegando etiquetas por un sueldo de unos 30 euros semanales que se destinaban a ayudar a la familia y a su padre. Aun cuando la situación de la familia mejoró un tiempo después, su madre se negó a sacarlo de la fábrica. La rabia y dolor que le suscitaba el ser obligado a continuar trabajando le empujaría, muchos años más tarde, a crear libros sobre la miseria y el trabajo en la infancia, como  David Copperfield Oliver Twist. Principalmente esta última sea la más autobiográfica. El propio Charles Dickens afirmó varias veces que era su favorita. La muestra más clara de similitud con su vida se encuentra en cuando el padrastro de Oliver, Murdstone, lo envía a trabajar al negocio del que es dueño. Uno de los motivos por los que Dickens era obligado a seguir en la fábrica era que esta era propiedad de unos familiares de la madre.

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Vida adulta.

Ya más adelante, el futuro escritor trabajaría en un bufete, y después comenzaría su labor como periodista en periódicos como el Morning Chronicle. Aquí aparecerían sus primeras publicaciones literarias por entregas que darían lugar a su primera novela, Los papeles póstumos del Club Pickwick.

En 1836 se publicó esta novela y además contrajo matrimonio con Catherine Thompson Hogarth. Juntos, tendrían diez hijos. Ese mismo año empezó a trabajar como editor, aunque lo dejaría tres años más tarde. En los años posteriores se reforzó su fe cristiana. Su fervor religioso llamaría la atención a contemporáneos como Leo Tolstoy.

Sus obras de carácter cada vez más social le dieron una gran popularidad ya en su época. Aunque la crítica contra la esclavitud le dio problemas en Estados Unidos, con Un cuento de Navidad volvió a ser respetado por la población americana.

Etapa final.

Su salud empezó a deteriorase en la década de 1850. Fue en esa época cuando compró la casa  en Gads Hill Place donde moriría. La había conocido en su infancia y por su aparición en la novela de Shakespeare Enrique IV.  

La infidelidad en su matrimonio, principalmente la supuesta relación con la actriz Ellen Teman, llevaron a su divorcio en 1958.

Sus giras por todo el mundo, principalmente la que llevó a cabo por Estados Unidos en 1967, lo convirtieron en una celebridad de su tiempo, una estrella que llegó a  conocer a la reina Victoria I de Inglaterra en persona.

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Muerte.

La muerte de sus familiares, el exceso de trabajo y los problemas personales le causaron un derrame cerebral en junio de 1870. Este suceso, sumándose a su salud deteriorada debido a que un tren lo había atropellado el año anterior, causó la muerte de uno de los mejores escritores del siglo XIX.

Obras principales.

Para terminar, os dejo una lista con las novelas más famosas y conocidas de Charles Dickens.

domingo, 19 de agosto de 2018

Un bonito cuento. Tolstói bajo la Farola.


Un cuento corto sobre la literatura, la infancia y un gran libro.

 Un relato corto que se lee rápido, por si estás aburrido.

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Tólstoi bajo la farola.


Un niño pequeño, cuya edad el viejo Jason estimó en unos siete años, estaba quieto en mitad de la acera. Lloraba desconsoladamente, y su figura estaba cubierta por un manto de lluvia. El niño llevaba una camisa azul, cubierta por un jersey de rombos burdeos, y unos pantalones negros, de los que los niños hijos de nuevos ricos eran obligados a llevar. Su tez, blanca como el azahar, estaba empapada, en parte por lágrimas y también por gotas de lluvia, que le daban a su piel lisa el aspecto de un azulejo. El viejo Jason, movido por la mezcla de curiosidad, simpatía y compasión que aquel pequeño le producía, le dijo desde su casa, aquel lugar bajo la farola de la tercera avenida: 
- Tú, chico, ¿quieres que te enseñe algo?
 - Mi mamá me dice que no hable con desconocidos. 
- Ajá. ¿Y dónde está tu mamá ahora? 
- No lo sé, me he perdido.
 - Ya veo… 
El viejo Jason se levantó, se acercó al niño y le tendió su mano huesuda y cubierta de venas.  
- Jason Jackson, un placer. ¿Usted es? 
El niño, algo temeroso, le dio la mano al viejo y respondió: 
- Peter Fane.
 - ¿Ves? Ya no soy un desconocido. 
- Sí, puede que tengas razón… 
- Peter dejó escapar una risa.
 - Bien, ¿quieres que ahora te enseñe eso que quería que vieras?
 - No lo sé… mi mamá no estaría de acuerdo.
 - Ya, pero… ¿está aquí tu mamá? Venga, te lo enseñaré. 
El viejo Jason se acercó de nuevo a la farola a la que llamaba hogar, y removió sus mantas hasta sacar un objeto voluminoso, polvoriento y bastante deteriorado, que protegió con su cuerpo y su chaqueta de la lluvia.  
- ¿Qué es eso? – preguntó el niño.
 - Un libro. No, no es un libro. Es El Libro. 
Peter se acercó, y recorrió con sus ojos las letras amarillentas que poblaban la portada: Leon Tolstói: Guerra y Paz. 
- ¿Y por qué es tan importante este libro, señor Jason? - Por todo, Peter, por todo. Por cómo fluye el libro en sí, por el impecable retrato de la sociedad de su época que constituye, por la exquisitez en la narración, por la genialidad sobre todo en los pasajes bélicos. Peter, el día en que se supere la calidad de este libro, el hombre habrá superado a Dios. - ¿Y por qué tanto por un libro? - Peter, esto no es un libro, es para mí un mensaje divino, una bendición para la humanidad, enviado a través de un profeta llamado Tólvstoi. Lo comprenderás. 
Jason abrió el libro. Acarició las primeras páginas, mimando aquella impresión como si de un hijo se tratase. Finalmente comenzó a leer: 
‘Eh bien, mon prince, Génova y Lucca ya no son más que posesiones de la familia Bonaparte. No, le prevengo que si usted no me dice que estamos en plena guerra, si vuelve a permitirse paliar todas las infamias…’ 
Peter escuchaba el relato que el mendigo recitaba de memoria, o al menos esa impresión tenía el chico, a pesar de que Jason seguía las líneas del texto con la vista. El niño no estaba seguro de entenderlo, pero aun así no podía resistirse a aquellas palabras tan musicales que embriagaban sus oídos y su mente. Jason leyó por un largo rato, y más de una vez Peter vio caer de los ojos del aciano alguna lágrima que impregnó las páginas amarillentas. La noche pronto se cernió sobre ellos, y fue entonces la luz de la farola la que les iluminó, sustituyendo al sol cuya luz antes se filtraba tras las nubes. Pasadas ya más de tres horas de narración, la voz de Jason Jackson fue interrumpida por otra: 
- ¡Peter! ¿Qué haces aquí con este hombre? ¿Estás loco? ¡Te dije que no te movieras de la puerta del hotel!
 - ¡Mamá, mamá! Este señor no es malo. Además, empezó a llover y me fui a buscar la estación de metro para refugiarme, pero me perdí, y me asusté…
 - No quiero oír tus escusas, niño. ¿Sabes acaso dónde ha podido estar este señor?
 - Señora, por eso no se preocupe. No me he movido de esta farola. - ¡Esto es ridículo! Ay, dios mío… te vas a enterar cuando se lo diga a tu padre.
 - ¡Pero yo no he hecho nada malo! - El chaval tiene razón. Yo, de ser el padre de este niño, no lo dejaría tirado por ahí en mitad de la calle... 
- ¿Y ahora un mendigo pretende darme lecciones? ¡Esto es el colmo! Peter, nos vamos de aquí. 
La señora agarró al niño del brazo y se lo llevó tirando de él. El chico dijo adiós a Jason con la mano, y este correspondió con una ligera sonrisa de simpatía. 

*** 

Sin embargo, no sería la última vez que Peter Fane vería a aquel hombre. Tampoco sería la última vez que las letras de Tolvstói tendrían la ocasión de deleitarle. Pero sí fue la primera vez en ambos casos, fue el comienzo de dos relaciones que cambiarían la vida del joven Peter. 
Los encuentros posteriores que Peter mantuvo con el viejo Jason fueron algo más clandestinos. A pesar de las represalias que sus padres le imponían, el joven no podía evitar escaparse, en busca de aquella farola de la Tercera Avenida, para encontrarse con aquel cálido mendigo y con ese libro, ese libro que no dejaba de fascinarle. El anciano nunca le dejaba leerlo, él debía limitarse a escuchar su narración. Hasta aquel día, claro.  
En una de sus furtivas visitas al viejo Jason, Peter notó en este algo raro. No, no era nada malo. Al contrario, mostraba un brillo en los ojos que no era habitual en él. 
-  Hola, Peter – Jason sostenía el libro entre las manos, en lugar de mantenerlo escondido, como era habitual en él. 
- Hola, buenos días. Un momento… ¿te ocurre algo hoy? Te noto… extraño. 
- Sí, Peter, sí. Mira, creo que es hora de que lo sepas. 
- ¿Qué? 
- Peter – Jason se llevó la mano a la frente, recorriendo con los dedos su pelo canoso -. Ya tienes once años, es hora de que empieces a leer de verdad. 
- ¿A leer de verdad? 
- Sí Peter, sí. Es hora de que conozcas el placer de la lectura en todo su esplendor. Fue con tu edad cuando yo leí por primera vez Guerra y Paz. Ahora quiero que lo hagas tú. 
- Pero… sí ya me la has leído tres veces. 
- No es lo mismo, Peter, no es lo mismo. Es hora de que lo leas con tus propios ojos. Es hora… de que este libro pase a ser tuyo. 
Era cierto, no era lo mismo. Aquel día Peter Fane comenzó a leer Guerra y Paz, y hasta que, dos días y dos noches más tarde corrió la última página, no pudo parar. Fue entonces cuando decidió que dedicaría su vida a los libros, a la lectura.  
La misma mañana en que terminó de leer la obra maestra de Tolvstói, fue a visitar al mendigo para devolverle el libro, y darle las gracias por haberle desvelado el que siempre consideraría, hasta el fin de sus días, como el mejor libro de todos los tiempos. Sin embargo, bajo la farola no encontró rastro alguno de él. Ni siquiera estaba allí su manta, ni ningún resto de basura o de comida. Peter sintió… que se había esfumado.

*** 

Yo, Peter Fane, no volví a saber más de aquel hombre. Sin embargo, su influencia marcaría el resto de mi vida. Tras Guerra y Paz, pronto me lancé a descubrir más autores. El primer libro con el que me topé fue con Tom Sawyer, un libro que, dado el alto listón que había colocado Guerra y Paz, no cubrió para nada mis espectativas. Pasaron varios años, que dediqué principalmente a la lectura de Dumas y a los grandes poetas españoles, principalmente a Bécquer, que aún me supieron a poco en comparación con el gran Tolvstói, hasta que encontré otro libro capaz de dejarme huella. Se trató esta vez de Charles Dickens y su Oliver Twist. Más tarde, mi querido Dorian Gray y el fantástico Orgullo y Prejuicio de Jane Austen terminaron de enamorarme por la lectura.  
A los veintiún años, tanto leer me trastornó lo suficiente como para cometer la que consideré siempre la gran locura de mi vida: escribir un libro. La Vida y la Muerte del Señor Sin Nombre, lo llamé. Una larga historia de casi mil quinientas páginas en las que hablaba de las tramas que habían rodeado la vida de un personaje imaginario. Nada más enviarlo a la editorial, me di cuenta de la bazofia que había creado, y me arrepentí de haberlo escrito. Para mi asombro, la editorial lo aceptó. Al recibir la noticia comencé a pegarme cabezazos contra la pared: mi monstruo saldría a la luz. 
Pensé que nadie lo compraría, que era demasiado horroroso. Sin embargo, en una semana me llamaron diciendo que mi libro había sido un éxito, que ya habían empezado a imprimir una segunda edición. Lo que hice fue romper a llorar. Sabía que aquel libro era horroroso, lo sabía. No podía haber triunfado tal sabotaje a la literatura. 
Ya no había vuelta atrás. Debía volver a escribir otro libro, los editores iban detrás de mí. ‘Soy el asesino de la literatura’, pensé.  
Mi segundo libro se tituló Adiós País, una novela sobre un rico que, amén de conservar su fortuna a toda costa, realizaba miles de barbaridades. Al verlo terminado, exhalé un suspiro de alivio y satisfacción. Lo consideré una obra maestra, la compensación de la monstruosidad que era La Vida y la Muerte del Señor Sin Nombre. Sin embargo, aunque lo envié a treinta editoriales, para mi triste sorpresa ni una sola llegó a ponerlo por encima de un chicle pegado a la acera. 
A partir de entonces, la frustración en la que me hundí me impidió escribir más, y me fui arruinando poco a poco. Embargaron mi casa, y tuve que irme a un pequeño piso del Bronx. Finalmente, me echaron del piso y acabé en la calle. Me alojé bajo la misma farola de la tercera avenida donde había conocido al viejo Jones, con nada más encima que unas ropas viejas y cincuenta años. 
Allí comencé a escribir mi tercera novela en unos cuadernos viejos. Por Todo lo Alto, la titulé. Una historia sobre la felicidad, sobre un joven que dedica su vida a perseguirla. Al terminarlo, me enamoré de él. No fui capaz de enviarlo a ninguna editorial, me sentía como el único que podía tenerla.  
Ese día me di cuenta. Ya supe lo que le había pasado al viejo Jason. Él… él vivía del libro, Guerra y Paz era su alma. Cuando me lo dio… él ya no era nada.  
Y es que mi destino no ha sido muy diferente al suyo. Soy un mendigo, viejo a mis sesenta y tres, enamorado de un libro, y viviendo incluso bajo la misma farola que él. Tiene sentido que acabemos igual. Hoy… hoy me toca esfumarme. Hoy he decidido que ya es hora de vencer mis egoísmos y dejárselo al mundo. Voy a enviarlo a una editorial de una vez por todas. No soporto no saber si el mundo lo vería de verdad como yo lo veo. Hoy… pongo punto y final.

Escrito por mí (Darío Bejarano Paredes o Atoman, como prefieras).

jueves, 16 de agosto de 2018

La novela 'Leviatán' y su autor, Paul Auster.

Por qué leer 'Leviatán', uno de los mejores libros de Paul Auster.

Reseña de la novela más sorprendente del escritor norteamericano y un breve resumen de la trayectoria de su autor y sus otras novelas.

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Argumento:

Un hombre vuela en pedazos mientras estaba fabricando una bomba. Tras el gran petardazo quedan tan pocos restos que la policía no tiene modo de averiguar de quién se trata. Pero el escritor Peter Aaron cree que conoce la identidad del fallecido. Está convencido de qué se trata de su amigo Benjamin Sachs, que lleva perdido unos meses. Desde la perspectiva de Aaron, se analiza la vida de Sachs desde que ambos personajes se conocieron un día en una lectura literaria que no se llegó a celebrar, muchos años atrás en Nueva York, pasando por su infancia, su matrimonio y su único libro, El nuevo coloso, para explicar los motivos por los cuales se debe sospechar que es él la persona que murió en la explosión.

El autor, Paul Auster:

Paul Auster es un escritor estadounidense nacido en Nueva Jersey en 1947. Aparte de 'Leviatán' ha escrito novelas como 'La trilogía de Nueva York' ('Ciudad de cristal', 'Fantasmas' y 'La habitación cerrada'); Moon palace (1989); La música del azar (1990), El libro de las Ilusiones (2002), Brookling Follies (2005) o Viaje por el scriptorium (2006), entre otras. También dirigió la película Smoke (1995).

Ha recibido galardones como el Premio Médicis por Leviatán o el Independent Spirit Award por el guión de Smoke.

Hoy en día vive en Brookling, Nueva York.


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Por qué leer Leviatán:

Leviatán sea tal vez la novela más original de Paul Auster. El personaje de Sachs es delicioso, un
genio escritor, tan fiel a sus principios como el papa a la religión, un excéntrico elocuente con una mente con la que se daña a él mismo. A través de los capítulos se van encadenando los sucesos que tienen alguna relación con la muerte del personaje, dejando volar mientras la imaginación del lector.

Peter Aaron es un claro alter ego del escritor. Ambos son escritores y comparten las siglas... Y eso es solo el principio.

Un gran libro, una de las grandes obras de Auster.

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Compra Leviatán, de Paul Auster.

lunes, 13 de agosto de 2018

Thomas Wolfe, Max Perkins y 'Genius' ('El editor de libros').

El escritor Thomas Wolfe y el editor de libros Max Perkins protagonizan la película 'Genius'.

'Genius', en España 'El editor de libros' y en Latinoamérica 'Pasión por las letras' de 2016 dirigida por Michael Grandage que cuenta la historia del editor Max Perkins y el escritor Thomas Wolfe.

Tráiler en español.

Max Perkins fue tal vez uno de los mejores editores de todos los tiempos. Descubrió a Hemingway, a F. Scott Fitzgerald y al relativamente desconocido Thomas Wolfe

Este fue el autor de las novelas 'El ángel que nos mira' (1929); su obra más conocida, 'Del tiempo y del río' (1935); 'The web and the rock' -La tela y la piedra- (1939); y You can't go home again -No podéis ya regresar- (1940). Estas dos últimas fueron publicadas tras la muerte del autor, pues este falleció a la prematura edad de 37 años, en 1938.

La película 'El editor de libros' está basada en la novela 'Max Perkins: editor of genius'.

Biografía de Thomas Wolfe.

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Thomas Wolfe era el menor de ocho hijos, de familia más bien humilde.  Estudió en la Universidad de Carolina del Norte, donde debido a un ensayo suyo recibió el Premio al Mérito en Filosofía, y en Harvard, donde estudio dramaturgia. Y es que su propósito inicial era ser dramaturgo, pero las malas críticas hacia sus primeras representaciones le hicieron inclinarse por escribir novela. 

Fue uno de los muchos autores que buscaban escribir la 'Gran Novela Americana', el gran libro del siglo XX, una que destacase claramente sobre el resto. Su estilo era muy poético y barroco, a menudo autobiográfico, tan original que, tal vez, de haber vivido más, hubiese alcanzado el sueño de aquel libro total.

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Wolfe buscaba la 'Gran novela americana'.


Aunque antes había publicado cuentos y obras de teatro, su primer libro fue 'El ángel que nos mira'.
Una de sus primeras frases, y sin duda el fragmento más conocido dice así:

'... una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta.Y de todas las caras olvidadas.Desnudos y solos llegamos al desierto. En su oscuro seno, no conocimos el rostro de nuestra madre; desde la prisión de su carne, vinimos a la prisión indecible e inexplicable de nuestro mundo.¿Quién de nosotros conoció a su hermano? ¿Quién de nosotros observó el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no estuvo siempre prisionero? ¿Quién de nosotros no será siempre un extranjero solitario?Erial de perplejidad, en los ardientes laberintos; perdidos, entre brillantes estrellas, en esta tediosísima ceniza, ¡perdidos! Recordando sobrecogidos, buscamos el lenguaje olvidado, el perdido sendero que conduce al cielo, una piedra, una hoja, una puerta ignota. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Oh, fantasma perdido, batido por el viento, vuelve a nosotros!'

La soledad fue uno de los temas de su obra. En 1935 publicó su obra más famosa,  'Del tiempo y del río', protagonizada, al igual que 'El ángel que nos mira', por Benjamin Gant. Sus otras dos novelas, The web and the rock y You can't go home again se publicarían de manera póstuma, y el personaje principal sería George Webber, que no es sino Benjamin Grant pero con diferente nombre.

Una neumonía que se complicó unida a una infección cerebral acabó con su vida con 37 años y toda una vida y una carrera literaria por delante.

Maxwell Perkins.

Maxwell Perkins (1884-1947) era nieto de William M. Evarts (secretario de estado de EEUU) por parte de madre. Estudió económicas en Harvard graduándose en 1907. Empezó trabajando como reportero en The New York Times. En 1910 empezó a trabajar en una editorial, la Charles Scribner's Sons. 


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Aunque la empresa ya publicaba a autores como Henry James o Edith Wharton, Perkins se centró en buscar jóvenes promesas. En 1919 encontró a F. Scott Fitzgerald, autor de 'El gran Gatsby' y del 'Curioso caso de Benjamin Button'. A través de Fitzgerald encontró a Ernest Hemingway en 1926. Cuando murió el editor, Hemingway le dedicó a él 'El viejo y el mar'. 


Los años de trabajo con Wolfe fueron los más duros. Los manuscritos originales de Wolfe eran eternos, y a veces les llevaba años resumirlos y corregirlos, en parte debido a la oposición del escritor. Para 'El ángel que nos mira' tuvieron que recortar 90.000 palabras.

Murió debido a una neumonía a la edad de 62 años.


miércoles, 8 de agosto de 2018

Pensamiento de jardín, mi cuento sobre la belleza.

Un cuento que nos demuestra que hay cosas que no se pueden expresar con palabras.

Porque la belleza es comprensible por todos y todo... ¿Por qué no usarla como lenguaje?

Un profesor obsesionado con encontrar este idioma basado en la belleza planta una flor como símbolo de lo bello a la entrada de su casa, ignorando que ese pensamiento violeta que acaba de plantar posee el secreto del lenguaje que tanto persigue... Así comienza la historia de este pequeño cuento escrito por mí...

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Pensamientos violetas.

PENSAMIENTO DE JARDÍN

De tanto usar las palabras, no nos dimos cuenta de que éstas son solo una más de las vías que la naturaleza nos dio para comunicarnos. Así lo pensaba el profesor Leopoldo Limero, destacado filólogo de la región, que desde que dejó atrás su juventud deseaba que el pensamiento dejase de ser una simple vocecita en la cabeza, y pasase a ser algo más completo que fuese más allá del sonido, del lenguaje y de lo explicable por medio de caracteres y fonemas.
Fue el profesor quien un día me plantó a mí, un pensamiento violeta,  en la entrada a la parcela que rodeaba su casa, para indicar que de allí hacia dentro no se podía razonar mediante el lenguaje, sino mediante la más pura belleza, belleza como la que encierra una flor. Le gustaban los pensamientos por ser una de las pocas flores que florecían en las épocas más frías, y porque siempre se habían relacionado con la nostalgia.
Así, cuando tenía solo treinta y dos años, comenzó la labor de crear una forma de comunicación no basada en ningún idioma, pues estos sólo podían ser leídos o escuchados: él quería que su invención pudiese ser sentida.
Cuando aquel brillante ser me plantó junto a su buzón, era todavía un joven, de una languidez bohemia, cuyo rostro giraba alrededor de sus ojos claros, penetrantes en el centro de unas cuencas oscuras. La manera en que vestía seguía un único propósito: llamar la atención, y era capaz de ponerse cualquier cosa con tal pretexto, siempre que no arruinase la imagen que le gustaba crearse de excéntrico elegante.
Era todavía algo inexperto en asuntos del corazón, sin embargo, como para saber mucho sobre los sentimientos que un papel tan importante debían desempeñar en aquella creación utópica. Empezó pues, interesado más en la búsqueda de la inspiración que en la de un alma compañera, a perseguir ese amor  que tanto se le había resistido.
No lo costó mucho tiempo encontrar la pasión en muchas de las mujeres que frecuentaban los antros de artistas sin lienzos, actores sin papel y poetas sin versos que solía frecuentar. Desgraciadamente, aquellos amores breves se fundían por su propia incandescencia, y derretidos se escapaban entre sus dedos. Durante varios meses continuó viajando de romance en romance, pero siempre quedaba en él algún recuerdo de las pasiones anteriores. Aquellos restos de amor se fueron acumulando en su alma hasta dejarla anegada, y entonces se derrumbó. Cierto, esa marea constante de amores y desamores le había enseñado mucho sobre los sentimientos humanos, pero ahora que había probado el amor lloraba cada vez que lo veía evaporarse. Necesitaba una pasión que durase para siempre.
Comenzó entonces el periodo durante el cual nos conocimos mejor. El invierno que estoy narrando empezó gélido y seco, como siempre, pero también fue así dentro de Leopoldo Limero. En aquella época empezó a pintar, porque la pintura se llevaba lo que atormentaba su corazón. No tardó en acordarse de esa flor que había plantado en la puerta de su casa cuando buscaba objetos para dibujar.
En pocas semanas me convertí en el centro de sus obras, y poco a poco nos fuimos conociendo más. Una tarde cualquiera empezó a hablarme, sin saber que yo lo escuchaba y lo entendía. Desde el principio me resultó agradable oír su voz, esa corriente cálida que me agitaba como ligera brisa. Empecé a cogerle cariño a aquel que había tenido la consideración de instalarme en su jardín, y fueron creciendo mis deseos de poder responderle. Por supuesto, por más que me esforzaba, no podía hablarle, no era posible para mí saludarle, comentar aquello que decía, revelarle cómo  de alegre me hacía sentir que me dedicase tantos lienzos al mes. Fue durante estos encuentros artísticos cuando me contó toda su historia, la de aquel maravilloso lenguaje que buscaba y cómo, hasta el momento, sus esfuerzos habían fracasado tan estrepitosamente.
Todavía él no sabía que yo poseía eso que tan fervientemente deseaba encontrar. Ese pensamiento violeta que crecía a la sombra de su buzón carecía de garganta, de lengua y de cuerdas vocales con las que hablar, y de manos con las que escribir. Por ello me valía de un lenguaje puro que no necesitaba apoyarse en palabras. Mi mente se regía por el idioma de los sentimientos, y no por el de los términos que los definían. Pero no podía decírselo.
Cada mañana de aquel invierno intentaba que Leopoldo Limero consiguiese escucharme y entender cada una de las palabras que le dedicaba, y solo conseguía sentirme presa de mi tallo y añorante de una laringe.
Uno de esos días fríos, me habló de Mercedes por primera vez. Ella era la cartera que le llevaba el correo todos los días, quien había traído y entregado todas las cartas de amor dedicadas a sus romances efímeros, y quien, de pronto, se había convertido en el único habitante de su corazón.
La había visto alejándose en bicicleta después de dejar una carta, y al día siguiente se sentó fuera a esperar que pasara para volverla a ver. Su sonrisa resplandecía a la sombra de sus cabellos oscuros, casi lisos, pero en los que brillaban algunos rizos perdidos. Sus mejillas eran pálidas, y sus ojos, tan potentes como yo me imaginaba su personalidad. Yo ya la conocía, pues la había visto todas y cada una de las mañanas de mi vida depositando las cartas en el buzón. Yo sabía también que cada vez que recogía las cartas ella dejaba escapar un suspiro que, en mi lenguaje carente de letras, era una clara y certera declaración de amor, y la esperanza de que alguna vez tuviese que entregarse a ella misma uno de esos escritos.
Aquello no podía desembocar en otra cosa que en la pasión. Las primeras luces de la primavera vieron nacer un romance fantástico, casi difícil de imaginar fuera de los libros de cuentos y las novelas de otro siglo. Fue entonces cuando me di cuenta de que la ventura del profesor no me producía ahora alegría. En cambio, me hacía sentir como si me hubiesen arrancado los pétalos. No supe hasta entonces que yo amaba a Leopoldo Limero. Descubrí  que, en realidad, llevaba enamorada de él desde que vi el primer cuadro que me dedicó. Tal vez fue porque hacer de modelo me hizo sentir importante. Me hizo creerme humana o, al menos, con derecho a amar a un humano.
Sin embargo, yo tuve poco tiempo para contemplar aquella pasión, porque al llegar los meses cálidos, mis pétalos se marchitaron hasta el año siguiente. Cuando terminó mi hibernación, ella ya no estaba.
A finales de noviembre, mis estambres volvieron a brillar bajo la luz azul del invierno más oscuro. Si el año anterior había empezado mal, el primer acto de este se antojaba aún más desgarrador. Una fiebre se había llevado la vida de Mercedes en octubre, y su perfume todavía podía olerse en las lágrimas del profesor Leopoldo Limero.
Él había cambiado, sin duda. Varias arrugas habían surgido en su frente en los pocos meses que llevábamos sin vernos. Salía poco de casa, y pasaba la mayoría de sus horas dando vueltas en su jardín. Apenas le vi sonreír en mucho tiempo. Me sentí tan mal al ver así a aquel joven al que tanto apreciaba, que me puse algo mustia.
El profesor tenía por todas partes retratos de Mercedes, y cada día dibujaba uno o dos más. Aquellos dibujos eran, sin duda, mucho mejores que los que me había dedicado a mí en su momento. Hubiera llevado unos segundos diferenciarlos de una foto, de no ser porque el amor que el profesor desparramaba sobre ellos  no podía ser captado por una cámara.
Ya creía que ni siquiera se acordaba de aquella flor que una vez plantó, hasta que un día me sorprendió la sombra de un caballete y, detrás de este, la silueta de Leopoldo Limero pincel en mano. Algo todavía más asombroso ocurrió después. Le di, en ese idioma que no necesitaba palabras, las gracias, y él me sonrió y me guiñó el ojo en respuesta. Me había entendido.
Empezó entonces a pintar el mejor cuadro que me había dedicado nunca. Sus pinceladas eran ahora mucho más suaves y sutiles que el invierno anterior, y el pincel apenas tocaba el lienzo. Cuando el sol ya se despedía por el horizonte, me mostró aquel fantástico dibujo. Fue entonces cuando se inclinó y, con su voz templada y suave, me dijo:
-          Me he dado cuenta de que tú, pequeña flor, posees el secreto de esa lengua utópica que tanto tiempo llevo persiguiendo. Ahora necesito más que nunca conocerlo. Ese lenguaje tal vez me permita recuperar a Mercedes… Estoy seguro de que, en realidad, ella no se ha desvanecido por completo: sigue en mi mente, y por lo tanto aún se mantiene en este mundo. Te pido que me ayudes a devolverla a la vida y, para compensarte, yo te enseñaré mi idioma.
No pude ser más feliz al oír aquello. Al fin podría hablar con él. Al fin podría revelarle mi pasión silenciosa. Además, sí él me enseñaba su lengua, yo sería algo más que una flor, sería más humana… Pensé que tal vez entonces nuestro amor si sería posible.
Con el fin de enseñarnos nuestros lenguajes el uno al otro, el profesor comenzó a hablarme todos los días durante muchas horas. Yo le respondía, y él intentaba responderme a mí intuyendo lo que podía haberle dicho, pero no solía decir nada con sentido.
Pasadas dos semanas, al menos aprendió a diferenciar cuando yo estaba diciendo algo y cuando permanecía callada. Pero le costó un mes más empezar a afinar en sus respuestas.
Mientras tanto, yo intentaba aprender a leer. A pesar de mis esfuerzos, me seguía resultando complicado encontrar similitud alguna entre un árbol y aquellos cinco garabatos que,  juntos y ordenados de la manera correcta, lo conformaban. ¿Por qué la palabra flor no tenía pétalo alguno? ¿Por qué humano no tenía ni piernas, ni brazos, ni cerebro? No fue hasta mediados de febrero, dos meses después de comenzar nuestras lecciones, cuando me acostumbré a lo curioso de la lengua. Cuando la primavera comenzaba a acercarse yo por fin comenzaba a poseer un extenso vocabulario que, eso sí, no tenía manera de utilizar.
El profesor, por su parte, reducía a ritmo lento el número de palabras que necesitaba utilizar para expresarse, y poco a poco podía entender lo que yo le decía.
No nos dimos cuenta, pero abril había llegado pronto y mi letargo era inminente. A finales de mes, cuando cayeron mis últimos pétalos, podría haberme comunicado con fluidez si hubiese poseído unos labios para hablar y unos dedos para escribir. Pero, al mismo tiempo, ya no entendía lo que pretendía contarme Leopoldo Limero cuando se expresaba sin hacer uso de palabras, y  me costaba cada día más recordar ese lenguaje sin letras ni sílabas. Solo concebía la expresión por medio del habla y la escritura. Por tanto, cada vez me encontraba más perdida, pues seguía careciendo de medios para llevar a cabo ninguna de las dos. Al profesor le ocurría lo opuesto: ya no recordaba casi cómo leer, y le costaba pronunciar. Pero no me di cuenta de eso, pues mis flores se marchitaban y comenzaba mi periodo de descanso.
Mientras hibernaba ese año soñé por primera vez. Solía ver flores, figuras y al profesor, entre otras imágenes que ya no recuerdo. Finalmente, después de varios meses, llegó de nuevo la hora de florecer.
Lo primero que sentí al recobrar la conciencia fue que pesaba más de lo que recordaba. Lo siguiente fue que esta vez no eran mis pétalos los que se desplegaban para captar la luz solar, y que unas membranas cubrían los lugares desde los cuales emanaba mi visión. En lugar de pistilos, tenía ojos; en lugar de hojas, cabellos; en lugar de tallos, extremidades. Me sentía impaciente por probar mis piernas y correr como siempre había visto hacer a los gigantescos humanos. Me pregunté dónde estaría el profesor, y poco a poco me levanté para ir a su encuentro y abrazarle con mis nuevos brazos.
De pronto, vi junto a mis pies dos pequeñas florecitas con los tallos entrelazados.
-          Buenos días, Mercedes. Buenos días, profesor – dije.
Fui a buscar el caballete de Leopoldo Limero.
FIN.
Darío Bejarano Paredes, Atoman (que soy yo).

¡Espero que os haya gustado! A mí, al menos, me gustó escribirlo.

sábado, 4 de agosto de 2018

Cartas de Victor Hugo a su editor. La correspondencia más corta de la historia.

La conversación por carta más breve de la historia entre Victor Hugo y su editor.

En la carta más corta de la historia, Victor Hugo preguntó sobre las ventas de su libro 'Los miserables'.

Victor Hugo.

Victor Hugo fue un poeta francés del siglo XIX, autor de las obras poéticas 'Odas y baladas' (1826),  'Las contemplaciones' (1856) o 'La legenda de los siglos' (1859 y 1877), entre otras, además de novelas tan conocidas como 'Nuestra Señora de París' - más conocida como 'El jorobado de Notre-Dame'- (1831) o 'Los miserables' (1862). De lo que vamos a hablar hoy tiene que ver con esta última.

Los mensajes más cortos de todos los tiempos.

Y es que Víctor Hugo estaba de vacaciones cuando se publicó el libro, y quería saber que tal estaba yendo la venta. Tal vez porque cuando uno está de vacaciones no tiene ganas de hacer mucho, al escritor no le apetecía escribir una carta para preguntarle a los editores sobre el tema. Sería por eso que pensó en la manera de escribir una misiva lo más corta posible, y envió esto:

interrogación-correspondencia-victor-hugo

Sí, '?', un signo de interrogación. Afortunadamente, los editores parece que le entendieron, y es más, tampoco tenían muchas ganas de escribir:

Sí, '!' esa fue su respuesta. Un  sigo de exclamación. Los Miserables, en efecto, fue todo un éxito.

¿Os ha gustado? ¡Entonces, seguidme, porfa! Echadme así una mano, que se hace en un momento. Hasta pronto!!!

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